Transporter 3

A la estela de las anteriores, en Transporter 3 no hayarás nada nuevo que echarte a los ojos: más guantazos, mamporros, tortas,... aunque en esta oportunidad la trama se ha cuidado un poco más que en capítulos anteriores, y todo está más o menos bien facturado.

Jason Statham se limita a posar durante hora y media con su ya conocida actitud de tierno perdonavidas. Nada que objetar, porque hay que reconocer que se le da fenomenal. Ex nadador olímpico reconvertido en actor de la mano del inglés Guy Ritchie, Statham ha conseguido un puesto de honor en el género de acción más básico, y lo cierto es que su carismática presencia hace mucho más llevadera la visión de esta tercera entrega que entretiene porque, simplemente, nunca intenta ser más de lo que es, y ni siquiera busca superar el tsunami de acrobacias de las anteriores. Sustituyendo, eso sí, los paradisíacos escenarios de la primera y segunda parte por otros más nórdicos y grises donde se orquesta alguna escena de acción destacable (como la persecución que incluye a dos coches y que finaliza en un acantilado, o la que envuelve a Frank Martin en bicicleta), algún momento de humor afortunado, y poco más que ya es bastante, como el adorno de un romance cuya ramplonería funciona en ocasiones (el episodio de la gasolinera y el posterior strip-tease obligado del protagonista, tan ridículo como divertido.)

Y ya fuera de las limitaciones del producto donde tampoco esperamos grandes alardes, no se puede tolerar que falle un montaje demasiado apresurado en las secuencias de acción, bastante desordenado incluso, que en ocasiones no deja disfrutar de las coreografías y peleas orquestadas, de nuevo, por Corey Yuen (director de la primera entrega, todavía la mejor), y que hace añorar la claridad mostrada por éste en la original Transporter.