Beowulf
Un cuento moral sobre la naturaleza del valor y la gloria, que se debate entre lo bíblico y lo épico, algo así como el Cantar del Mío Cid anglosajón (que data del siglo IX) en un libreto que Robert Zemeckis se ha encargado de llevar a la pantalla grande, pero la cosa no funciona. Su sistema de 'captación del movimiento', que ya estrenó en Polar Express, resulta tremendamente anticinematográfico. Se trata de un nuevo proceso de gestación de la imagen por la cual actores reales interpretan sus papeles revestidos de sensores y sobre fondos cromados, que sirven para dibujar después el resto de la escena de forma computerizada y construir así una extraña película de animación en lenguaje binario. Es cierto que con este sistema los personajes siguen sonando, en este caso, a John Malkovich o Anthony Hopkins, entre otros, pero eso no impide que las interpretaciones se revelen planas, muy a pesar de que el producto final haya sido concebido en tres dimensiones.
Una película que desconcierta desde el mismo momento que el proyector se pone en marcha. Aunque hay que decir que Zemeckis conoce bien las posibilidades de su nuevo invento y se maneja con soltura en el plano a plano. Sin duda lo mejor de la cinta es la sensación de estar ante un nuevo lenguaje de realización, alejado de los cánones de la animación convencional, donde el personaje es siempre el protagonista del plano y la cámara se limita a seguirle allí donde va. En Beowulf la planificación es infinitamente más libre, mucho más cercana al cine convencional, pero aprovechando además las ventajas que otorga la virtualidad de los escenarios, lo que permite generar secuencias realmente llamativas gracias a la magnitud, amplitud y profundidad de la imagen en 3D. De todos modos, cuesta aceptar las reglas del juego que se ha inventado Zemeckis, y sólo en el final de la película, cuando la acción se convierte en protagonista indiscutible del relato, el director consigue mantener la tensión narrativa. Además, el film deja en el espectador la sensación de “esto ya lo he visto antes”. ¿Dónde? En 'El Señor de los Anillos', quizás también en '300' o 'Eragon'. Y entonces uno se pregunta para qué tanta parafernalia, si todo se podía haber contado de una forma mucho más simple. Ni siquiera tiene un destinatario definido. Para niños desde luego no es; algún chiste picante y más sangre de la cuenta tienen la culpa. Pero para adultos parece que tampoco, precisamente porque la sangre y los chistes podrían resultar escasos. Así que el metraje desprende un aire eminentemente enrarerido, agudizado por la sensación estética de estar contemplando en todo momento un videojuego; una especie de híbrido audiovisual fotográficamente muy real y contundente en el plano técnico, pero narrativamente débil, que no por ello vacío de contenido. Uno de los mayores logros de la película de Robert Zemeckis es que, aunque pueda resultar paradójico, no abusa de los efectos especiales, basándose en un ritmo narrativo relativamente sosegado y sobrio en líneas generales a excepción de su tramo final, cosa que sin duda favorece a la propia condición épica del metraje.
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