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A falta de buenas historias sobre hombres con poderes especiales y paranoias suficientemente coherentes, la industria de Hollywood parece rendirse a las excelencias del prolífico autor Philip K. Dick. Si hace poco pudimos contemplar en la gran pantalla A Scanner Darkly, es ahora Next la que encuentra en su obra El hombre dorado (1954) la inspiración y la excusa perfecta para realizar uno de esos relatos sobre peligros potenciales que pueden poner en jaque la seguridad de un país. Como casi siempre, EE.UU.
El resultado es puro humo: no hay personajes atractivos, la acción resulta muy previsible -y se condensa en dos escenas alargadas, básicamente-, y no se sabe manejar ese suspense necesario en toda cinta de estas características.
Se debe reconocer que Nicholas Cage no está nada mal en el papel de hombre herido, introspectivo y cargando con un don realmente sorprendente: el de visualizar lo que va a pasar dos minutos después. Un talento que a la agente del FBI -Julianne Moore lidiando con un papel planísimo- no se le escapa, e insiste en hacerse con sus servicios ante la amenaza nuclear que se cierne sobre Los Ángeles (USA). Tampoco está nada mal Jessica Biel, algo más que el objeto de deseo del protagonista. Pero hecha esta puntualización, la cinta destaca por una enorme simpleza en todo lo relacionado con el grupo de 'malos' -qué triste desperdiciar a Thomas Kretschmann, actor de El pianista o King Kong-, ramplonería a la que contribuye un guión redundante, de esos que te cuentan todo, y, por si no te has enterado, te lo vuelven a repetir; y, por si aún te cuesta, introducen una voz en off de esas innecesarias con la que el protagonista reflexiona sobre cosas que se pueden intuir a poco que se sea mínimamente despierto.
El guión es el gran problema de la cinta. Sin duda. Porque a pesar de su parquedad, Lee Tamahori consigue entretener -aunque no puede evitar recurrir a esos travellings circulares tan de moda (¿es que no hay más maneras de transmitir tensión y movimiento?)-. También consigue dar ritmo a todo este vacío aquejado de falta de suspense por culpa de la especial virtud de su protagonista: si todo lo puede saber antes de que ocurra, ¿dónde queda esa capacidad de sorpresa con la que el personaje de Biel afirma querer vivir?
Cuando escribieron Next, los guionistas se olvidaron de que, ante todo, Philip K. Dick es un existencialista. Por eso las películas que lo adapten han de ir más allá de la acción. Deberán ofrecer más mordiente, porque si no sucederá lo que aquí ocurre: que se queda sin nada. Además, la cinta acaba de forma abrupta y te marchas del cine con la sensación de que es en ese momento cuando viene lo interesante. No obstante, ése es el encanto de Dick. En sus mundos todo es inestable y casi ilusorio, pero hay una verdad que no falla: el protagonista se queda con la chica y creará una parcela de vida allí donde se le permita, mientras al resto le toca sobrevivir, o seguir luchando en un mundo inseguro y -como diría David Lynch- extraño.
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