Amnésicos para olvidar
Cinco hombres se despiertan en un viejo almacén encerrados a cal y canto. Todos sufren amnesia; algunos están atados y otros, libres; nadie sabe quién secuestró a quién o si todos son criminales o inocentes. Éste es el punto de partida más que sugerente de una historia que a medida que avanza se va desinflando gracias a la poca pericia narrativa de un guionista, debutante al igual que su director, Simon Brand, procedente del mundo videoclip y que, como tal –y sin menospreciar a otros alumnos aventajados en este arte que luego han dado muchas alegrías al cine, como Gondry (Olvídate de mí) o Spike Jonze (Adaptation)- ha dotado a su propuesta de un dinamismo demasiado artificioso, olvidándose de perfilar lo suficiente a sus personajes.
En Mentes en blanco se echa de menos un mayor juego psicológico en unos diálogos terriblemente planos. Todos los personajes parten de cero y poco a poco van recordando detalles de lo que pasó, lo que convierte su intento de escapar de ese lugar herméticamente cerrado en una lucha sin cuartel en la que todos desconfían de todos, y en el que cada uno intenta hacerse una idea de hasta qué punto el otro recuerda lo suficiente como para saber de qué lado se puede posicionar. Había aquí mucha, pero que mucha, miga que sacar, y aunque algo consigue, al final la mayor parte de las expectativas se quedan en pura corteza. Tampoco ayuda esa historia paralela que nos pone en la pista de un secuestro por el que se paga un rescate. Nada queda del todo bien definido, así que cuando llega la sorpresa ni siquiera asombra como debería.
La película es un mano a mano entre presente y flash-backs en el que se nos hace cómplices de los secretos de los personajes, de esas informaciones que caen con cuentagotas y que valen oro para cada uno de ellos, una especie de jugadores de una partida de póquer en la que el espectador va conociendo alguna de sus cartas antes que el resto. Pero al final el juego pierde su gracia porque las cartas no se enseñan en el momento justo y lo que finalmente ocultaban nos lo habíamos esperado.
Mentes en blanco tiene un reparto atractivo plagado por actores con mucho tirón como Jim Caviezel (Déjà Vu), Greg Kinnear (Pequeña Miss Sunshine) y Barry Pepper, algo menos conocido; y otros, como Peter Stormare, el malvado ideal, Joe Pantoliano y Jeremy Sisto, vistos en productos más independientes. Caviezel es experto en trasmitir emociones, pero esa intensidad dramática que tan bien le vino en La delgada línea roja o La pasión de Cristo, está aquí, como en otros papeles, mal conducida, en un personaje al que le falta esa cierta ironía que sí tienen Kinnear o Pepper.
Todos ellos son un grupo de buenos actores que aportan profundidad a sus personajes logrando que no tiremos la toalla, mientras, por otro lado, Simon Brand nos entretiene con sus juegos visuales. Pero finalmente Mentes en blanco se queda simplemente en un producto de impacto demasiado confiado en una idea genial de la que, sin embargo, no surge un gran filme. Una verdadera lástima.
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