En busca de la felicidad
Rutinario drama doméstico, ñoño y poco recurrente, firmado por uno de los ya muchos directores europeos que, después de haber rodado un par de productos aceptables a un lado del Atlántico, lo han cruzado y ha empezado a realizar en el otro películas neutras e impersonales, a gusto del productor de turno. Muccino en Hollywood es uno de tantos y su último trabajo, En busca de la felicidad, una narración vivencial, edulcorada en exceso, pero cuya modesta rentabilidad emocional -que a buena fe pretendía poblar todo el metraje- sólo hace acto de presencia en la parte final del film, cuando ya todo el pescado está vendido.
Su discurso es algo así como una parábola afirmativa de la obra de Horacio Alger, autor popular que escribiera más de cien libros protagonizados por un chaval de clase baja que estaba llamado a triunfar en la vida después de haber salvado todo tipo de obstáculos. Así que la cinta es un ir y venir de infortunios para su personaje principal, que nadie duda que le ocurrieran en verdad a un tal Gardner –la película está basada en hechos reales- pero que llevados al metraje redundan continuadamente en clichés insoportables.
Bien es cierto que el cliché ha acompañado a Muccino a lo largo de toda su filmografía. El director italiano siempre nos vende sus películas como un típico aunque a veces eficaz melodrama. Como ya demostrara en uno de sus anteriores trabajos, El último beso, es un gran experto en pulsar los picos y valles emocionales apropiados, aunque su lógica narrativa suele dejar demasiado espacio a la imaginación, algo que en sus anteriores trabajos resultaba permisible, pero que en este último provoca que se echen en falta ciertos matices y detalles cruciales para poder interpretar correctamente la historia.
Una historia que está ya muy vista. Se trata de la típica película, de argumento un tanto previsible, repetitivo y torpe, en la que el protagonista tiene un sueño (el americano) y se deja los cuernos en conseguirlo. El problema es que en el caso que nos ocupa, la cosa se acaba convirtiendo en una equivocadísima oda al capitalismo. Los ricos son aquí los buenos y la gente humilde representa el enojo. La ambición de Gardner es admirable, pero la película lanza un mensaje un tanto contradictorio y muy lejano a los pilares que sustentan habitualmente la construcción del héroe americano: la gran abundancia es la respuesta final a todos sus problemas y supone el alcance de la verdadera felicidad.
Si el mensaje es erróneo, aún lo es más la forma elegida para trasladarlo a la cinta, pues se utiliza la voz en off como el único recurso efectivo para poder penetrar de lleno en el personaje principal, interpretado de forma magistral por un polifacético Will Smith. El realizador hace un buen trabajo de coordinación de los actores y, aunque el tipo no es Fellini, tampoco rueda del todo mal. La cinta también tiene alguna que otra virtud. La fotografía, por ejemplo, es francamente buena. Y, si bien la película resulta un poco aburrida, uno puede aprovechar el metraje para echar la vista atrás y recordar con agrado otras de mejor factura como Kramer vs. Kramer o La vida es bella, a las que ésta se parece superficialmente.
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