Diamantes contra Hollywood
De Beers, la mayor empresa mundial de la industria del diamante, va a invertir nada menos que 12 millones de euros en una campaña de publicidad que tiene por objetivo ponerse la venda ante el zarpazo que, intuyen, les va a causar el estreno de «Blood Diamond» («Diamante de sangre»), protagonizada por Leonardo DiCaprio. En la película de Edward Zwick, el actor da vida a un mercenario surafricano que busca una rara gema rosa en un territorio de Sierra Leona controlado por los rebeldes, por lo que en la multinacional del diamante temen su publicidad negativa. No es el único caso de un sector que se pone en guardia ante lo que podría considerarse la inofensiva amenaza de un simple producto de entretenimiento. La industria farmacéutica también está alerta ante el documental «Sicko», que prepara el siempre polémico Michael Moore, quien ya hizo bastante daño a la industria armamentística ligera con su oscarizada «Bowling for Columbine». Hace dos años, McDonalds publicó anuncios en la prensa para contrarrestar la influencia de la película documental «Super Size Me», en la que su director y protagonista se coloca al borde del colapso al alimentarse durante un mes exclusivamente con hamburguesas.
La contraofensiva de De Beers está prevista para estas Navidades, informa «The Guardian», época de máximas ventas, en la que está previsto el estreno de «Blood Diamond». Para que se hagan una idea del alcance del negocio, sólo en Gran Bretaña, el año pasado movió la bonita cifra de 1.500 millones de euros. Por lo pronto, la película ha llevado a un grupo de bosquimanos a pedir la mediación de DiCaprio, a través de un anuncio publicado en la revista «Variety», para recuperar las tierras de las que fueron expulsados cuando el Gobierno de Botsuana descubrió que había diamantes. Los bosquimanos consideran una maldición esta piedra preciosa.
Por su parte, el presidente del Consejo Mundial del Diamante, Eli Izhahoff, ha acusado a Hollywood de trivializar el asunto al contar algo que ocurría antes, pero que ya «se ha remediado». Incluso existe una dirección de internet, diamondfacts.org, en el que se señalan los beneficios proporcionados por este negocio, con citas hasta de Nelson Mandela. El Consejo arguye que con el llamado proceso de Kimberley, que regula el comercio para evitar que sea utilizado para financiar guerras, el problema prácticamente ha desaparecido.
Más duro es el hueso que han de roer las farmacéuticas y las empresas relacionadas con el cuidado del cuerpo, que ya se han de enfrentar a Michael Moore. Pfizer, AstraZeneca y GlaxoSmithKLine ya han prohibido a sus empleados hablar con el orondo cineasta, según informa «Advertising Age», una de las grandes revistas del sector publicitario. Otra de las armas empleadas es la formación de grupos que intenten desacreditar sus películas aun antes de que su contenido sea conocido. Además de su agresivo estilo, temen su capacidad para llegar a grandes públicos. «Farenheit 9/11» es el documental más taquillero de la historia del cine.
Moore ha adelantado que su principal objetivo será revelar las carencias del sistema sanitario americano. «Sicko» sólo será, según su irónica definición, «una comedia sobre 45 millones de personas sin atención médica en el país más rico de la tierra». De momento se muestra esquivo a las preguntas y afirma que el filme aún puede cambiar mucho, pero en su página web ha adelantado: «No creo que el país necesite una película que cuente que algunas compañías dan asco. Eso lo sabe todo el mundo. Me gustaría mostrar algunas cosas que no se conocen».
El ejemplo de «Super Size Me» es algo más exagerado, por cuando Morgan Spurlock no buscó argumentos o testimonios contra las cadenas de comida rápida. Se limitó a trabajar como conejillo de indias e ingerir una hamburguesa detrás de otra hasta aumentar su peso en doce kilos, con unos niveles de colesterol de escándalo y sin hacer el menor ejercicio físico. Los premios conseguidos, incluso en el prestigioso festival de Sundance, no esconden que su diatriba estaba menos trabajada que las de Michael Moore, por mucho que a este último se le acuse con razón de manipular a la audiencia y de hacer demagogia.
La industria del tabaco es otra de las más hábiles a la hora de ejercer presión en el cine y la televisión, aunque en los últimos años haya sufrido el empuje de Gobiernos y jueces. «El dilema», de Michael Mann, contaba un caso histórico, desvelado por el productor del programa de televisión «60 minutos», Lowell Bergman (Al Pacino). El doctor Jeffrey Wigand (Russell Crowe), convencido de que la firma para la que trabajaba alteraba la composición química de los cigarrillos para aumentar su efecto adictivo, aunque ello fuera aún más nocivo, denunció a sus superiores por envenenar de forma deliberada a la población mundial con el único objeto de ganar más dinero. La propia CBS sufrió el acoso de la industria, gobernada por «los siete enanitos», y censuró el reportaje, pero Bergman, en una jugada maestra, vendió el reportaje a una cadena rival, con lo que finalmente pudo ver la luz.
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